Hoy, en El Correo de Andalucía, aparece un reportaje sobre el Yawara-Jitsu en Sevilla.
NIEVES G. GROSSO / SEVILLA / 03 MAY 2016
Destacamos dos ideas:
- El Yawara-Jitsu ayuda a convertir el miedo en la adrenalina necesaria para saber resolver cualquier ataque que se pueda recibir en la vida real.
- Y así, evitando el ataque del compañero, […] este grupo más que heterogéneo gana en confianza, en autoestima además de control sobre el cuerpo, equilibrio, memoria, disciplina y respeto.
El yawara-jitsu ayuda a convertir el miedo en la adrenalina necesaria para saber resolver cualquier ataque que se pueda recibir en la vida real
Llueva, haga frío o un tiempo estupendo para quedarse en una terracita (porque lo de que nieve en Sevilla se antoja complicado), una veintena de alumnos acude religiosamente (porque lo de esta disciplina tiene algo de devoción) un par de veces por semana a eso de las nueve de la noche a un pequeño gimnasio de Camas, Zade, donde su sensei (maestro para los no iniciados) Sergio González, les guía en el arte del yawara-jitsu, un arte marcial que no va de dar tortas, todo lo contrario, se trata «de hacer deporte, pasarlo bien y si alguna vez tienen algún problema saber salir lo mejor posible».
«Hay una imagen preconcebida de que las artes marciales son para hombres y que las mujeres que lo practican son unas frikis». Pero nada más lejos de la realidad. En estas clases, que se disfrutan más que se reciben, aunque los novatos acaben con agujetas hasta en las pestañas, hay un 50 por ciento de mujeres y el perfil, en general, es de gente trabajadora y estudiantes que vienen hasta de otros pueblos de la provincia después de largas jornadas de trabajo.
En el yawaraka-jitsu hay distintos módulos enfocados a mujeres, gente mayor, niños, discapacitados… pero Sergio, que es maestro entrenador nacional y lleva desde el 93 entrenando, apuesta por la integración. «Si el que ataca en la mayoría de las ocasiones a una mujer es un hombre, es mejor que esté entrenada».
Pero que nadie se imagine que se trata de hacer unas llaves imposibles. «Este es un arte marcial moderno, esto es algo así como el latín y el español, esto es un arte marcial reciente, no tradicional», explica Sergio. Es decir, se adapta a las situaciones de la vida real. «Porque en la calle nadie te va a dar una patada técnica perfecta, te dan un ostión». Con el yawara-jitsu hay un 5 por ciento de posibilidades de salir indemne por completo y en el 75-80 por ciento de los casos con heridas leves.
Por ello los yawaraka –que es como el karateka, el alumno– se prepara para convertir el miedo de enfrentarse a cualquier ataque en adrenalina para saber cómo salir de la situación lo mejor posible. Y eso, dicen, es algo que se consigue con práctica. En las clases se hacen katas (algo así como ejercicios en los que te ponen en una situación y el sensei te explica cómo resolverla) se practica con un trozo de madera con el que se simula un cuchillo, un botellazo… «Aquí no se aprende de un día para el siguiente. Es una carrera de fondo», dice Sergio. Para animar a los alumnos, porque en la cultura occidental lo de la paciencia se suele llevar mal, se estableció un sistema de cinturones, aunque en realidad solo hay dos. «El blanco, el del alumno, y el negro, el del maestro».
Eso sí, en las clases no se escucha ni un kiá, solo las explicaciones de Sergio, que se entienden a la perfección, algún que otro cuchicheo y risas, «porque aquí somos ya una familia, abierta a nuevos miembros, eso sí». Pero que nadie se equivoque, que este grupo que recibe a cualquiera con una sonrisa, ya tiene varias medallas y consideraciones. Que también para eso se entrenan. Y mucho.
Y así, evitando el ataque del compañero, que termina revoleado en el suelo el cien por cien de las ocasiones, dejándose dedos atrás (que es casi un gesto de iniciación), y dando dos golpes en el suelo cuando el contrario aprieta más de la cuenta, este grupo más que heterogéneo gana en confianza, en autoestima además de control sobre el cuerpo, equilibrio, memoria, disciplina y respeto.